martes, 18 de junio de 2013

Síntomas de una época: el Diagnóstico

De mi columna en PijamaSurf, esta reflexión sobre el sesgo del diagnóstico psiquiátrico...


La salvación no me interesa. Ni la propia ni la ajena. A lo más, puedo decir que me gustaría evitar el sufrimiento propio y de quienes me importan. Por mera probabilidad asumo que entre menos crueldad haya en el mundo, menos probable es que me toque a mí o a quienes quiero. Comoquiera, a ratos me pregunto si hay algo en el sufrimiento ajeno que produzca un retorcido consuelo. Como si por mera substracción me considere librado de ese sufrimiento que padece el otro, al menos por ese momento. Es estúpido, sí, pero muy poco de mi cerebro humano funciona estrictamente de acuerdo a la razón. Quizás sea por irracional que la salvación no me interesa. Quizás no.
El DSM-V, además de ser muy útil para cualquier escritor a la hora de diseñar personajes, se usa como guía para realizar diagnósticos psiquiátricos. En otras palabras, este Manual Estadístico y de Diagnóstico de Desórdenes Mentales, se considera una autoridad a la hora de evaluar la conducta y determinar el estatus de la sanidad mental de alguien. Veinte años después del manual previo, el DSM-IV, esta versión enchulada presenta todo un arcoíris de nuevas patologías y síntomas. También ha modificado, de modo muy sensato, cabe señalar, algunas categorías y criterios de diagnóstico. Sin embargo, es, en cierto sentido, la nueva moneda de la salvación. La salud mental se considera desde muchos ángulos la medida de la felicidad y del modo adecuado de estar en el mundo. Por ello, no sobra preguntar cuánto de la psiquiatría no será también un intento por consolarse con el sufrimiento ajeno. ¿Acaso la locura ajena es indicador de la sanidad propia? Resulta evidente que no, pero eso no quita relevancia a la pregunta.

¿Pero sino por las conductas bizarras de otros, qué es la locura? ¿Es una distorsión de la mente ante la realidad (y alguien sea tan amable de definir “realidad”)?; ¿o será, tan solo, una interpretación de la conducta según cierta sociedad humana? El primer caso se basa en la claridad de la cognición, y supone distinguir los hechos de la especulación. El segundo caso, en cambio, si bien incluye estas variantes, inserta también una cosmovisión: una versión del mundo y del humano. La pregunta es, entonces: ¿existe tal cosa como la locura fuera de la sociedad humana? Y es una pregunta boba, como un koan Zen pintado en un cuadro chic en el baño de un café. Resulta de poco provecho preguntarse sobre la esencia absoluta de cualquier concepto. Digo, ni que estuviésemos por fuera o por encima de nuestras vidas.
Por ello es mejor contemplar algo relativo, como, por ejemplo aquella novela de Ken Kesey One Flew Over the Cuckoo’s Nest, también conocida en español como Atrapados sin salida.Y no hace falta ser maestro Zen para deducir que me refiero a la película (1975) y no al libro (1959). En la cinta, Jack Nicholson actúa como Randle Patrick McMurphy,  un tipo que se hace pasar por “loco” para se admitido a un psiquiátrico, con tal de evitar ir a prisión por estupro. Por más peculiar que pueda parecer su personaje, resulta, más bien, un tipo mañoso que, digamos, alguien dado a conversar con sus heces a la entrada del palacio de gobierno (cosa que además seguro ya es un performance de arte conceptual en algún sitio). La trama se enreda y McMurphy, más por la antipatía de una enfermera y los médicos que, acaso, por falta de sentido común, termina con una lobotomía. No importó, jamás, si estaba o no loco, el mero hecho de estar en un psiquiátrico bastó para que se le diagnosticara, medicara y operara.


En 1973 David Rosenhan elaboró un experimento, no solo una ficción torno a este fenómeno, intitulado: On Being Sane in Insane Places. Él y 7 colaboradores simularon tener alucinaciones auditivas para ser ingresados a distintos institutos psiquiátricos. Seguro existen mejores maneras de pasar el verano que en un psiquiátrico por convicción, pero Rosenhan quiso establecer un sesgo de confirmación dentro del diagnóstico psiquiátrico. Es decir: si estás internado en un psiquiátrico (contexto) es prácticamente imposible que no crean que estás loco. Rosenhan y sus colaboradores tenían la instrucción de, primero decir que escuchaban una y otra vez la palabra “thud” [ruido sordo], para luego, al ser admitidos, dejar toda simulación y conducirse como lo harían normalmente, indicando al staff que ya no escuchaban esa voz. La mayoría estuvieron internados, sin poder salir, alrededor de 20 días. Solo fueron liberados bajo la obligación de aceptar su diagnóstico (esquizofrenia) y de continuar tomando el medicamento. Rosenhan publicó sus resultados, describiendo, en algunos casos, el maltrato que recibían algunos pacientes por parte de los empleados del hospital.
El experimento demostraba algo terrible: el diagnóstico cancela la credibilidad. Es decir, quien es ingresado a un psiquiátrico pierde el peso de su propia palabra —aunque se trate con sus impresiones y vivencias personales y subjetivas—.  La APA (American Psychiatric Association) puso el grito en el cielo; ofendidos, quisieron invalidar, también, el experimento de Rosenhan. Se quejaron sobre sus métodos y sobre la falta de ética en su experimento, pero no pudieron invalidar los resultados, ya para entonces públicos. El director de un psiquiátrico lo retó a enviar, durante tres meses, falsos pacientes, a fin de que pudiesen demostrar su capacidad de diagnóstico. Rosenhan, por supuesto, aceptó el desafío. Pasado el plazo, el director de dicho hospital declaró, con jactancia, que habían detectado a 41 impostores. Rosenhan, tranquilamente le aclaró que jamás envío a una sola persona. Ouch. Rosenhan – 2 – infalibilidad del diagnóstico psiquiátrico – 0.
No estoy por avocar contra la psiquiatría o de sus fármacos –ni que fuera Tom Cruise en Oprah a punto de demostrar cuánto necesita un Risperdal—. He sido testigo de los beneficios de las intervenciones químicas y de los tratamientos psiquiátricos. Mejor aún si se acompañan con alguna forma de terapia o análisis, son de gran utilidad y alivio. Lejos de estar contra de cualquier avance de la ciencia, pienso que la psiquiatría necesita apegarse más al método científico. En este sentido requiere estar dispuesta a cuestionar el sesgo de confirmación que puede generar el método diagnóstico al que recurren, tanto como cuestionar la relación que existe entre la industria farmacéutica y manuales como el DSM-V. A la par, nosotros podemos indagar sobre el uso popular de términos clínicos y la facilidad con que psicopatologizamos nuestras conductas (o las ajenas). Ahora resulta que toda repetición es TOC y que toda distracción es ADD, o que un gesto de introversión es ya alguna suerte de autismo. Pero que sea una reflexión sin alarmismos, paranoias, conspiraciones o purismos chafas (que muy rara vez son otra cosa que un intento por mostrar alguna forma de superioridad moral, para estar por encima o por fuera de una situación). Solo ciencia para el progreso, para el alivio, en este caso, de los padecimientos mentales. Sálvese quien pueda. Sálvese quien quiera.


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