lunes, 14 de abril de 2008

La Locura es la Cancelación del otro

Aquí un texto de hace un par de años acerca de las sectas, la cree-ncia, ese mítico yo y esa mítica libertad. ¿Sea nuestro egocentrismo la secta más gacha y prolífica hoy en día?







Un paranoico es alguien que ve todo en relación a sí mismo, es alguien cuyo egocentrismo es invasivo…
-Jaques Lacan, Seminario 3, p.274

Si tu hermano, el hijo de tu padre o de tu madre, o tu propio hijo o hija, o la esposa o esposo que abrazas, o tu más intimo amigo, intentara secretamente seducirte, diciendo, “Vayamos a servir a otros dioses,” extraños para ti y tus ancestros que te precedieron, dioses de pueblos vecinos, lejanos o cercanos, de cualquier parte del mundo, no debes consentir, no debes escucharle; no debes mostrarle piedad, no debes guardarle o esconder su culpa. No, tú debes matarle, tu mano deberá lanzar el primer golpe para matarle y las manos del resto de la gente seguirán. Has de apedrearlo a muerte, ya que ha tratado de separarte de Jehová tu Dios. …
(Deuteronimo 13:7-11)


El paranoico es alguien que se encuentra más allá de la negociación; para él/ella no existe nadie más. El diálogo no es posible. Está envuelto en un proceso sináptico de silogismos que se sellan en un pacto letal. Por ejemplo, si yo creyera que un grupo de marcianos implantaron un chip en mi cabeza que hace que perciba lo que percibo de manera que a ellos conviene (una versión neuro-ovni del genio malvado de Descartes), necesitaría deshacerme de la posibilidad de que no es cierto; para lograr esto, cuando alguien más, por cercano o indiferente a mí que sea, intentara convencerme de que eso del chip y los marcianos son sandeces, yo los inscribo dentro de mi ‘teoría’ y determino que quieren engañarme como parte de la conspiración marciana. He cancelado al otro; sólo existo yo, creyendo poseer una verdad absoluta e irrefutable.[1]


Como un farmacodependiente que tacha de moralizadores incómodos o personas que simplemente ‘no entienden’ a quienquiera que le confronte con otra versión de sus actos, el dogmático define a priori a los demás, los significa contundentemente. Todo el mundo queda obviado—todo fenómeno ha sido asignado un sitio dentro de un orden fijo. El dogmático estructura al mundo y toda experiencia, incluida la presencia de otros, en base al dictamen que les ha impuesto. Entonces no le queda más que asfixiarse en un sentido de vida totalizador y seguirlo hasta su fin último: la próxima inyección o la salvación, hablar en lenguas o convertir al vecino, suicidarse o matar a un infiel, y esto bajo un augurio de angustia terrible de constantemente tener que proteger y confirmar su paradigma. Está agujerado, y por ello se ve obligado a constantemente estar tapando un hueco, sólo para encontrar otro, y así tener que indignarse, violentarse, encubrirse, prevenirse.

No sólo los toxicómanos o las sectas o religiones organizadas crean y promueven este efecto de sentido; sino que podríamos decir que la mayoría lo hacemos de una manera u otra. En general estructuramos nuestra identidad y entorno de alguna forma que nos permita una sensación de “saber qué hacemos y por qué”. Es como un mandala en el cual colocamos algo al centro del esquema y todo lo demás gira a su alrededor, en función a este supuesto ‘núcleo’. Proyectamos una jerarquía de valores para todo lo que nos rodean, y en base a esto configuramos nuestras relaciones, reacciones y comportamiento[2].


En cierto nivel todos nos las damos de cosmólogos y visionarios. Pretendiendo comprender el porqué, cómo, qué y dónde de la vida (aunque sea de forma muy rudimentarias); en base a nuestro mito personal redactamos profecías o expectativas acerca de lo que esta constelación traerá, y nos comportamos como si fuera La verdad. Si bien creer que Sai Baba, el Pápa, Guru Maya o Maradona son la encarnación de un Dios único, total y omnipotentemente cariñoso con completa exclusividad es ciertamente una forma de opresión, así también creer que todo lo que pensamos o sentimos es verdad, y creer en las formulas de sentido que nuestra narrativa personal atribuye a nuestras experiencias como si fueran netas es igual de opresivo y desolador.

Aunque esto de generar sentido quizás sea una función inevitable, puede que exista la posibilidad de vivir un mundo desconocido sin la necesidad de ser xenofóbicos. Al igual que cuando vamos a un espectáculo de prestidigitación nos engañamos ‘conscientemente’ a creer en la magia y no en la gama de artimañas de un equipo de producción, así mismo nuestra mente y la realidad están constantemente en contacto (de manera indivisible), pero se súper-impone todo un texto de significados para establecer cierto sentido y parámetros operativos.[3] Quizá les necesitemos para disfrutar de un show de magia, pero hay muchas otras experiencias que podemos vivir, además de ser espectadores pasivos y aislados en un evento costoso.

Mecanismos de Culto

Entre más alta la barda, entre más impenetrable la membrana, lo mas firme la frontera que separa al “yo” y al “otro”, más segura parece estar la identidad del sujeto.
Mark C. Taylor, Erring: Towards a Postmodern A/theology, p.130


Recuerdo algunas impresiones que tuve cuando pasé una tarde en la cocina leyendo un librito que me “regalaron” unos cristiano-evangelizadores: salían símbolos de otras religiones, como un yin-yang, símbolos islámicos, un pentagrama, un buda, y a un lado “explicaba” porqué eran diabólicas y por ende te llevarían al infierno (por el resto de la eternidad, ni más ni menos); sentí una mezcla de nauseas, risa, ternura, miedo y enfurecimiento al ver la ilustración del cielo: un zoológico con personas de todas las etnias vestidas en ropa tipo Polo paseándose de manera muy higiénica,[4] afectiva y castrada por un zoológico acariciando leones mansos; todos, los animales incluidos, sonriendo enajenados con una felicidad violentamente light derivada como de una combinación letal[5] de anti-ansiolíticos y anti-depresivos .


La premisa detrás de este libro es que si adoptas el tipo de vida que ellos sugieren—adaptando tu comportamiento, tus creencias, tu voto, y claro, tu dinero—serás aceptado al muy exclusivo club semi-deportivo-vacacional, “el cielo”; pero si no lo haces sin titubeo alguno, si llegaras a dudar en lo que promueven, o consideraras por aunque fueran unos instantes un paradigma alternativo, estarías inmediatamente e irrevocablemente excluido del zoológico-safari-parque-de-diversiones-extra-limpio-y-estéril de Ralph Lauren, para entonces Terminar [sic] habitando un tormento insoportable por el resto de la eternidad.[6]

Si te dicen en qué pensar, qué ingerir o no, qué y cómo desear y lo aceptas sin cuestionarlo, es posible que comiences a sentir menos y menos confianza en tus capacidades críticas, quizás hasta las denomines “la voz del diablo” o algo así. Sin poder cuestionar, dudar y replicar pronto lo único que podrás hacer es buscar complacientemente una posición de prestigio dentro de la jerarquía que te oprime, y posiblemente termines introduciendo vodka en tu cuerpo intravenosamente esperando con ello irte en una nave alienígena[7] que viene detrás de un cometa. Y sí, nos podemos burlar, pero de ciertas formas somos muy similares en nuestras afirmaciones y reificaciones diarias--por moderadas o liberales que las consideremos--que el miembro de una secta.

Analizando las estrategias que utilizan los cultos para funcionar como tal, se vuelve aparente la manera en que cada uno de nosotros, seamos o no miembros de un culto o secta, usamos este tipo de estrategias para hacer de nuestros credos (egos) algo fijo y protegido. A continuación un breve desglose de algunos de los axiomas que conforman el funcionamiento de un culto o secta:


· Un compromiso excesivamente ingenuo hacia el líder, esté vivo o no, en lo que concierne a su sistema de creencias, ideología y prácticas, considerando éstas como la Verdad.

· El escepticismo, la duda y el desacuerdo son desalentados o hasta castigados.


· El líder no es responsable ante ninguna autoridad.

· El grupo tiene una mentalidad polarizadora de ellos contra nosotros.


· Se anima a los miembros a que vivan y socialicen únicamente entre ellos.

· El grupo predica que sus objetivos tan supuestamente exaltados justifican cualquier medio necesario.


Lo primero que ocurre aquí es que se establece una autoridad, un centro que define todo lo demás. Está autoridad no es cuestionable, es final y absoluta. Se generan mecanismos de protección para desalentar cualquier tipo de crítica o duda, censurando[8] toda voz que no muestre conformidad con lo establecido. Simultáneamente se construye y propaga un propósito de vida e una identidad en base a este esquema, y se plantea como algo urgente, indispensable y absolutamente crucial.

Esto no es tan distinto a la atención y credibilidad que le prestamos a los media o a las celebridades, y definitivamente es igual al fervor con el que creemos todo lo que pensamos y sentimos, bajo la premisa de que “como Yo lo pienso, debe ser cierto”, otorgando a nuestro ego la palabra final en toda materia. Todos nuestros traumas, deseos y motivaciones no examinadas pueden regir el resto de nuestras vidas; la manera habitual que tenemos de narrarnos lo que ocurre llega a ser una compulsión que impide la comunicación. Si bien es rara la ocasión en que no nos percibimos los unos a los otros como objetos simbólicos de nuestras narrativas personales, es aparente que en general las personas elegimos pertenecer a grupos sociales que sean afines a sus versiones de la realidad, a expensas de excluir una gama infinita de posibilidades alternas.
Mismo solemos apoyarnos en círculos en los cuales no se genera ninguna especie de confrontación. Aún más, obviamos nuestro entorno en base a lo que suponemos como el fin último o el cenit de la existencia, dedicando nuestras vidas a la infatigable persecución de este; entretenidos al grado de no poder siquiera considerar cuestionar lo que estamos haciendo.

El insaciable culto al mito del “yo”, ese entretejido de discursos cruzados que defendemos a capa y espada. Esta defensa ocurre por medio de una auto-vigilancia constante; los discursos operantes catalogan a cualquier otro discurso, cancelándolo con sentimientos de vergüenza, negando, rechazando, o asimilándolo dándole un significado en acuerdo con lo previamente establecido. A fin de cuentas lo que trabaja aquí es una firme convicción en algo como verdad total, aunado a la mala fama que se le adjudica al estar equivocado. Al siquiera considerar, QUIZÁS esté equivocado.


Tener ideas fijas y un sentido de vida personal no es lo mismo que ser miembro de una secta (de acuerdo); sin embargo, toda la materia no-examinada de nuestros deseos, temores y motivaciones nos hacen botín fácil para la ideología de una secta—ser predecible nos convierte en presa; y vivir huyendo de la reflexión nos hace muy predecibles. La costumbre de osar que sabemos, y de darle orden a nuestro entorno y nuestras experiencias sirven de tierra firme en la cual la opresión de un dogma se puede anclar.

Tocar, el sacrificio

Lo sagrado es ese rebullir pródigo de la vida que, para durar, el orden de las cosas encadena y que el encadenamiento transforma en desencadenamiento, en otros términos: en violencia. Sin tregua amenaza romper los diques, oponer a la actividad productora el movimiento precipitado y contagioso de una consumación de pura gloria…El mundo divino es contagioso, y su contagio es peligroso.

Georges Bataille, Teoría de la Religión, p. 56.

Lo primero que considerar aquí es la terriblemente ignorada distinción entre el mundo y nuestra versión del mundo. En terminología lingüística esto concierne la diferencia categórica entre significante, significado y referente; es decir que cuando yo pienso y digo, “árbol,” no indico algo real, sino a una imagen mental, a una representación conceptual de una serie de percepciones que he configurado arbitrariamente como una forma. Pero a lo que mi dedo apunta cuando digo árbol extendiendo la mano en dirección de lo que creo es un árbol, no tengo la más mínima idea de qué sea.

Esta división de nuestra experiencia fue observada y planteada por el psicoanalista francés Jacques Lacan de cierta manera como los tres registros de la experiencia: lo Imaginario, lo Simbólico y lo Real. Lo Imaginario se refiere al conglomerado de imágenes y representaciones que tenemos en mente, es el mundo percibido desde la perspectiva de la imagen nuestra, de una identificación total con aquella formación en el espejo. Lo Simbólico trata con la relación entre la imagen y el mundo, el juego de contrastes e intermitencias a partir de las cuales se generan las imágenes; son todas las palabras que oímos mientras vemos esa imagen nuestra en el espejo, las connotaciones y asociaciones. Lo Real es simplemente inefable, es lo que evade toda significación; es fugaz e innombrable; no-dual, no-localizable e inmanente: aquel sincero ‘No sé’, ese vértigo que se presenta entre el nuomeno y la palabra...


Y aquí jugaremos con los nudos borromeos como silabas que bailan...

A distinción de la monolítica e insípida obviedad seudo-profética del orden de las cosas, lo Real está impregnado y agujerado de curiosidad y deseo. Paradojicamente, tanto al ingenuamente asumir el discurso de una secta, o al proliferar la verborrea mental como verdad propia, bajo la tesitura de escéptico, yo, claridad, neutralidad, o naturalidad, en ambas instancias negamos la experiencia directa. Tanto las sectas, como el ego, filtran la percepción por un palimpsesto de cuentos reiterativos, desesperadamente buscando preservarse (a toda costa…y vaya que cuesta: lagrimas y daños), vigilando y evitando a como de lugar, la experiencia directa (inclusive de sí—el choro). Siendo esto, lo que nos sana. Y podemos ver la brutal lógica que opera aquí para prevenir la experiencia: “nos va a matar, no debe llegar, no basta, nos va a doler.” Y así es. Claro que nos va a presentar un disturbio. Lo que asumimos y sus consecuencias han de develarse y disolverse en una gloria inconmensurable. Sí, puede ser avasalladoramente enternecedor vivir nuestra implicación y relación con el mundo.


Esto lo podríamos entender como la diferencia entre religión y misticismo; es decir, que el misticismo es un proceso de reencuentro con lo Real, interferencias en el disociado y alienado espectro especular por parte de lo Real; mientras que la religión es un método de prevenir el contacto con lo Real, es la asimilación y cooptación del misticismo. La inmanencia es peligrosa para el orden de las cosas, para la utilidad y las jerarquías; en el presente, desprovisto de la carga imaginaria del pasado o del devastador sueño del futuro, la versión oficial del mundo y del propósito de la vida no son más que cosquillas.

Uno de los grandes apelativos de las religiones organizadas es que proponen con aparente convicción y contundencia teorías acerca de todo—le adjudican un sitio y fin a todo, aunado a un colectivo que te lo “confirma” y aplaude. Lo primero que pretenden definir es la muerte, y de ahí se siguen de corrido poniéndole nombre y forma a toda aporía que se presente. Es el asesinato de la duda, del desacuerdo, de las preguntas: de la curiosidad. Un siniestro intercambio en el cual se hace un triste trueque de lo inmanente por una proyección especular, del contacto por un simulacro de confort.


No estoy avocando por la ambigüedad, sino por un agnosticismo valiente y vulnerable. Son muy diferentes: la ambigüedad es una postura y el agnosticismo una apertura. La distinción reside en que la primera es un debate narcisista sin fin[9], con las implicaciones inmediatas de quien decide no decidir—que es a fin de cuentas una decisión; es un sitio de solidificación discursiva y sus términos son preestablecidos, sus supuestas contradicciones y polémicas fijamente determinadas; en cambio desde una perspectiva agnóstica el debate cesa en brazos de la curiosidad, la ausencia de pretensión y lo inmediato.

Siguiendo esta línea de pensamiento: si bien no vamos a tragarnos el mareador balbuceo teológico de alguien más, tampoco vamos a creernos todo lo que pensamos, dándole a ese ruido una autoridad definitiva. Parte vital de la relación con lo real, cosa que gran parte de las religiones promulgan, es saber que no somos el centro del universo, y de que hay fuerzas mucho más grandes que nuestra sensación de auto-importancia. En vista de esto, me opongo al nihilismo pesimistoide que relativiza todos los fenómenos socio-religiosos, y propongo que el dogma como tal, y el daño psicológico y violencia física que generan algunas sectas y/o creencias—a veces incitando suicidios colectivos, y/o abusos sexuales—, es peligrosamente perverso y no es meramente una cuestión de open mind en la cual todo ha de ser aceptado como parte de una ingenua versión del multiculturalismo, sino que en efecto existen cultos cuyas propuestas buscan dominar y agredir incluso a quienes las aceptan sin participar. Habrá que considerar una educación sobre la creencia como tal y atender a plantear límites. Mismo, propongo un contagio inverso: la inmanencia es contagiosa, hay que permitir que prolifere su virulencia, siempre a sabiendas de que no podemos definirla.


A esto se refiere el Sacrificio, poner sobre el altar, ante el cuchillo de obsidiana toda nuestra concepción del mundo, nuestra (a)versión de la realidad, toda la autoridad que conferimos al “yo”, toda nuestra fantasía de seguridad y entretenimiento y dejar que muera en instancias de permeabilidad. Tocar.

Si bien, como seres sociales, no nos es posible salirnos completamente de las exigencias simbólicas, discursivas y utilitarias de la supervivencia, cada interrupción que permitimos por parte de lo real nos devela más flexibles ante la complejidad de perspectivas en las que habitamos—instigando nuestra curiosidad, desafiando a la obviedad. Es primordial asumir la carga y responsabilidad de nuestra perspectiva, de nuestros deseos y temores, siendo cuidadosos de no encajonar otros paradigmas desde la hermenéutica de nuestra versión oficial. Los parámetros de nuestra versión no son los parámetros de lo real…una vez más citando a Bataille:

“Para quien la vida es una experiencia que debe ser llevada lo más lejos posible…”

[1] La ironía siendo que inclusive para sostener este tipo de fantasías mesiánicas, requiero de réplicas y pruebas de su invalidez, para preservar la sensación de heroísmo que a su vez brinda a la paranoia esa sensación de solidez.
[2] Es una variedad de página de Excel, en la cual se cuantifica y osa verificar la totalidad inasible de la experiencia en un reducido marco de referencia. La apertura se vuelve un parámetro más dentro de una hoja de cálculo que busca infatigable y unívocamente una ganancia específica. Artilugio para sostener alguna ilusión de cohesión de sentido de dirección y voluntad absoluta.
[3] Generalmente son oposiciones binarias que parecen resaltar contrastes así enfatizando una especie de ontotología: yo/tú, adentro/afuera, arriba/abajo, más/menos, bueno/malo, blanco/negro, hombre/mujer, verdad/mentira, cielo/infierno…en fin, términos que se “definen” de manera reciproca; es decir, sin base alguna; es decir, que no sólo se permiten aparecer mutuamente, sino que se cancelan por lo mismo.
[4] Era prominente el resplandor de un buen acondicionador y de el cepillado regular con pasta de dientes enblanquecedora.
[5] Siempre y cuando uno siga siendo mortal; así que en este caso, de vida eterna, uno sólo puede imaginar lo que aquel gran equipo psiquiátrico que funge en un ámbito de “eternidad” puede hacer medicando sin tener que considerar efectos secundarios o sobredosis.
[6] Habría que considerar preguntarse (a riesgo de cada quien), ¿qué quieren decir por amor cuando se respalda con infinitos tehuacanazos y violaciones con electroshocks?
[7] Palabra que alude sin duda a la Alienación.
[8] Una de las formas de censura “menos aparentes” y por ello más eficientes, ya que disimulan neutralidad y hasta comprensión son: el ostracismo, la humillación, la ridiculización, y la minimización…
[9] Un solipsismo dilemático.